miércoles, 7 de marzo de 2012

De cómo obtener tres cargos públicos en un mes y otro cuento de nunca acabar.

La historia de Cristina Alarcón


Ha de saber usted, querido lector, que en estos tiempos resulta harto complicado conseguir un trabajo bien remunerado. Uno que le dé los ingresos necesarios para obtener todos los satisfactores, no que siempre ha deseado, pero sí que le permiten vivir con comodidad y sin apuros.
Ahora, imagine usted, querido lector, que es un humilde administrativo dentro del Tribunal Superior de Justicia de su entidad. Un obrero más en la compleja colonia institucional a la que nos gusta denominar administración de justicia. 
De pronto, por azar del destino, la adscriben como secretaria de un magistrado en turno. Bueno, azar y el hecho que la titular nomás no quiere estar con el juzgador. Así que buscan a la más presentable de las administrativas que conforman a lo que nos gusta llamar ponencia. Aclaro, mismo salario, diferentes obligaciones.
Pareciera algo normal dentro del círculo en el que se desenvuelve el servicio público judicial. Un administrativo cambia de adscripción, de superior; aguanta ahí dos años, tres, quizá cuatro. La historia se pone buena, cuando a su magistrado, por obra y gracia del destino (mejor conocido en las entidades federativas como el gober en turno), lo nombran Presidente del Tribunal Superior de Justicia. Ahí torció la puerca el rabo.
Debe pensar usted, querido lector, que lo más normal del mundo es que el nuevo presidente forme su grupo de trabajo con los elementos a los que conoce y en quienes confía. Lo más normal. Lo interesante resulta cuando además de tener a su secretaria administrativa de costumbre, nombra como su secretario particular al esposo de la misma, quien baste decirlo, recibe una remuneración, digamos, holgada. Luego, después de nueve meses de administración, tiene "dificultades técnicas" con su flamante director de finanzas y administración. El señor (cuya reputación para la administración de recursos no es muy buena que digamos) pide una licencia y ¡zas! se viene el mejor mes de su vida.
En menos de un mes, querido lector, no sólo pasa de ser un obrero más de la colonia a ser nombrado  Director de Administración y Finanzas del Tribunal Superior de Justicia, sino que, por iniciativa de su presidente, el Consejo de la Judicatura se inventa un órgano "revisor" de la adquisición de bienes, conformado por los directores de las áreas afines y presidido, sí, ya lo adivinó, por la nueva directora de administración y finanzas. ¿Bono extra  por tener que desempeñar tan ardua labor de contraloría? Puede apostarlo.
Pero eso no es todo, como la presidencia del tribunal es un cargo efímero que puede terminar con el fin del año judicial (mayo) y con ello, los directores de áreas pondrían su cargo en el cadalso, ¿por qué no le aseguramos su futuro con el nombramiento de un cargo judicial? Digo, por si las dudas y no hay ratificación de presidente, o habiéndola, si hay reconciliación con su antiguo vasallo. Entonces, ¿por qué no creamos un nuevo juzgado familiar y lo adscribimos como secretario de acuerdos? No obstante que nunca antes ha fungido como actuario, que sería el cacareado primer escalón de la carrera judicial. Eso no importa. Usted ya  fue designado por el Pleno de su tribunal.
Ya ve usted, querido lector, como la vida es fácil cuando sirve a los poderosos. Cómo en un mes le cambió el destino. O se lo cambiaron. Y todavía en su nombramiento ad hoc, declara ante la prensa que su tribunal lo  ha forjado en su crecimiento profesional. Ay, querido lector, así es esta vida.
La señora no tiene la culpa. Ella ha hecho su trabajo. Lo malo es que en este ambiente, hay que ser de esta manera para alcanzar las metas (si es que éstas eran sus metas). El problema es que se sigue nombrando gente sin preparación, sin conocimiento, sin cultura, sin vergüenza, sin dignidad. Nadie se preocupa por ver si el tipo al que le estás confiando la fe del Estado, la defensa de los ciudadanos, el interés de la sociedad, tiene al menos idea de lo que va a hacer. Todos aprenden sobre la marcha, al ahí se va.
Lo dejo con la respuesta de una actuaria, en ese entonces recién nombrada, que al ser cuestionada por sus antiguas compañeras "obreras" sobre cómo le iba en su nuevo cargo, sólo atinó a decir: "Pues ahí voy, total, echando a perder se aprende". Acabáramos.

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